Espiritualidad en los Himalayas
Los pueblos que habitan a los pies de los Himalayas tienen todos grandes diferencias entre sí, pero hay algo que todos ellos comparten: una gran espiritualidad y un gran sentimiento de devoción hacia algo más grande que ellos mismos.
Siempre me han fascinado las diferentes mitologías del mundo, más que nada por las historias que arrastran detrás. Me gusta mucho hablar con las personas de los diferentes lugares, acerca de sus creencias, que me expliquen el porqué de sus historias, de dónde vienen sus dioses, quién los ha creado. Es sorprendente la cantidad de similitudes o diferencias que pueden encontrarse con la cultura de uno mismo al escuchar a estas personas.
Algo que me impresionó mucho al viajar por la región Himalaya fue ver la cantidad de creencias diferentes que existen, incluso dentro de una misma religión. Dependiendo de la zona de la cordillera en la que nos encontremos veremos que hay dos religiones predominantes: el Budismo, que tienen más fuerza en la región noroeste de la India debido sobre todo a la presencia tibetana en la zona y su proximidad con el Tibet, y el Hinduísmo, esta última la más extendida por todo el subcontinente Indio y Nepal.
Los molinos de oraciones son cilindros metálicos con oraciones inscritas en el exterior. Según las creencias budistas al hacerlos girar las oraciones se transportan y cargan el aire de energía.
A pesar de lo que mucha gente piensa el budismo no es considerado una religión por los budistas. Es más parecido a un sistema de creencias y conductas que se aplican con el fin de dominar la mente y alcanzar un estado superior. Además tiene una característica que la diferencia de la mayoría de cultos: carece de un dios.
El budismo es la religión predominante en el noroeste de la India y norte de Nepal. Presentan devoción a Buda, su principal guía espiritual y maestro. Su auténtico nombre fue Sidharta Gautama y nació en el sur del actual Nepal hace más de 2000 años. Fue un príncipe rico que lo abandonó todo para dedicarse exclusivamente a meditar sobre la existencia y buscar la iluminación, la cual encontró años después en el norte de la India
Las banderas de oraciones cumplen la misma función que los molinos. Estas llevan inscripciones con textos sagrados tibetanos.
A diferencia del budismo que carece de un díos, dentro del Hinduísmo podemos encontrar miles de dioses. Tienen un panteón tan extenso que ¡ni siquiera ellos los conocen a todos!
El hinduismo no posee fundador, ya que en realidad no es una sino varias religiones diferentes a las que erróneamente se les aplica el mismo nombre. Es un conjunto de creencias metafísicas, religiosas, cultos, costumbres y rituales que conforman una tradición, en la que no existen ni órdenes sacerdotales que establezcan un dogma único, ni una organización central.
Se trata más bien de un conglomerado de creencias procedentes de pueblos de diferentes regiones, que se mezclaron con las que trajeron los arios que se establecieron en la cuenca del río Ganges.
Estatua en un templo hinduísta coloreada con la Tikka, una mezcla de pigmentos que se utiliza para bendecir tanto objetos como a personas.
En el hinduismo hay diversidad de creencias, pero básicamente los hinduístas creen que detrás del universo visible, al que atribuyen ciclos sucesivos de creación y destrucción, está el principio que sostiene el universo. Abandonar el ciclo de reencarnaciones (samsara) y retornar al principio divino, constituye el mayor de todos los logros para los hinduistas.
Shiva, es considerado el dios padre. Habita en lo alto. La cobra de su cuello representa el río Ganges que se creo cuando éste la dejó caer desde los cielos.
Ganesha, el hijo de Shiva. Por accidente, éste le cortó la cabeza y al darse cuenta que era su hijo decapitó a un elefante y se la sustituyó.
Brahma, el dios de cuatro cabezas que habita en la tierra. Uno de los dioses de la trínidad Hinduísta junto con Shiva y Vishnu.
Kali, la diosa de la venganza, que ajusticia a los hombres crueles. Suele representarse de diferentes formas, pero generalmente se la muestra con ocho brazos y portando espadas u otro tipo de armas en ellos.
Nunca me he considerado una persona religiosa ni me he sentido identificado con ningún dogma. No se cuál es el sentido de la vida o de la muerte ni si hay algo antes o después del universo y la verdad es que tampoco me importa demasiado. Creo que si la vida tiene algún sentido es el de vivirla, y hacerlo lo mejor que podamos o sepamos, ya está.
Aún así siempre he tenido dentro una pequeña llama, algo que podría acercarse a lo que llaman espiritualidad, algo que me empuja a creer que las cosas que hacemos valen la pena y que tal vez detrás de la tierra, la carne y la piel haya sentimientos, emociones y sueños. No sé mucho sobre el mundo y sus religiones, pero si algo aprendí viajando por los Himalayas fue el valor de la espiritualidad.
Viajando por diferentes lugares eres testigo de todo tipo de supersticiones y credos, todos diferentes y válidos. Vaya donde vaya oigo hablar de dioses por todas partes. Dioses buenos y compasivos, otros malvados y vengativos. Dioses con forma humana, dioses con cuatro rostros o con ocho brazos, dioses con cabeza de elefante o de mono. Dioses con forma de árbol, dioses sin forma ni nombre y otros con mil y un nombres, dioses que viven en lo alto de las altas montañas o habitan en el fondo del océano. Dioses que portan armas, dioses que cuidan de las personas, otros que las aniquilan...
Cuando has visto el largo abanico de culturas y creencias es inevitable llegar a ciertas conclusiones:
Creo que al final todo es lo mismo. Son diferentes planteamientos para dar respuesta a las mismas preguntas: ¿Por qué estamos aquí? ¿Hacia dónde vamos? Tratamos de dar un sentido a nuestras vidas, de darle una explicación lógica ante el caos del universo.
Las personas hablan a los dioses, acuden a ellos en busca de respuestas a sus preguntas pero ellos nunca responden. Jamás he conocido a nadie que haya hablado con uno.
A lo que me hago la pregunta: ¿Y si realmente somos nosotros los que tenemos el poder de cambiar las cosas?. No se si los dioses estarán ahí arriba, pero creo cada día más que somos nosotros los que debemos actuar para realizar en nuestras vidas los cambios que nos gustaría ver.
Todos somos diferentes. Al mismo tiempo todos somos iguales. Todos buscamos lo mismo. Todos buscamos ser, prosperar, que nos quieran, que nos hagan reír, vivir sin complicaciones, evitar el sufrimiento y en definitiva ser felices. Todo lo demás son añadidos.
De lo que sí estoy seguro es de que cualquiera de estos dioses invisibles es mejor que el único dios al que sí he podido ver y que con diferencia es el que más adeptos tiene a lo largo del mundo: el dinero.
El dinero es con diferencia el dios más cruel, embaucador y traicionero de todos. A veces parece como si todo lo que no se pudiese comprar o vender no tuviese valor alguno. Incluso algunas culturas con una gran tradición espiritual han sacrificado a sus antiguos dioses, que les aportaban un sentido de identidad por uno con forma de moneda. Un dios cínico, que no cree en nada, que se burla de todo lo que no se puede ver o tocar. Un dios caduco. Un dios que cada día gana más adeptos, que es capaz de corromper el corazón de hombres buenos, un dios que provoca guerras, que destruye culturas y mata de hambre a pueblos enteros.
Recuerdo que hace un par de años una persona me dijo que las religiones eran el gran cáncer de la humanidad, que habría que acabar con todas ellas. Un planteamiento bastante radical. Sin embargo esta persona forma parte de esta terrible religión de papel y ni siquiera lo sabe ¿oh sí?.
En el otro extremo me ocurrió lo contrario. Viajando en autobús en Nepal se sentó a mi lado una chica, tendría unos 16 años, muy risueña. Hablaba un inglés bastante aceptable y algo de alemán así que estuvimos un buen rato charlando. En un momento me dijo que estaba harta. Estaba harta de que en su país mucha gente se quejara de lo pobres que eran y de que constantemente se comparasen con su hermana mayor la India, o con otros países más desarrollados. Decía que en su pueblo había gente que siempre se estaba quejando, como si tuviesen una especie de complejo de inferioridad parecido al aquel que se compara con alguien más alto y más fuerte.
-¿Cómo que somos pobres? Sí ya se que no tenemos mucho dinero y que nos faltan muchas cosas y que mi país no está muy bien ahora pero tenemos muchas otras cosas: tenemos ganados, tenemos pastos, ¡tenemos templos!, yo tengo un montón de amigas. Tampoco somos tan pobres ¿no?
Lo cierto es que Nepal es uno de los países más pobres de la tierra, su economía está muy dañada, más de un cuarto de la población vive bajo la línea de la pobreza, tienen una gran escasez de recursos (cortan la luz 11 horas al día), y arrastra décadas de convulsas revueltas sociales y políticas inestables que les han traído graves consecuencias, pero e aquí, como a pesar de todas estas adversidades una niña de 16 años había comprendido mejor que muchos que la felicidad se lleva dentro, que no todo se compra y que hay cosas que no se pueden ver ni tocar pero que siempre estarán ahí. Si eso no es espiritualidad que bajen los dioses y me lo digan.
Como he dicho antes no me identifico con ninguna creencia salvo la mía propia, pero creo que todo lo que aporte al ser humano un sentido de su existencia, que le haga sentirse arropado y que le aporte valores de fraternidad no puede ser en ningún caso algo malo.
Al fin y al cabo somos nosotros los decidimos cometer terribles o admirables actos y no los dioses.
Siempre estaré agradecido por haber visto un sitio en el que la espiritualidad se siente en cada brizna de aire, en cada gesto y en cada palabra. Y eso es algo reconfortante.
¡Nos vemos!